La
sexualidad,es una energía sagrada.
Nuestra visión no sagrada del mundo, nos hace vivirla de forma ligera,
vulgar. No hay más que ver cualquier programa de televisión o cualquier
revista. Todo es superficial.
El sexo es vendible, la mujer ha sido un objeto
de deseo vendible. Todo es vacío de significado. Todo es anodinamente
“divertido”. Las relaciones sexuales no
son sino encuentros efímeros, donde nada más allá que un momento de
placer, existe.
Debajo de todo eso hay sin embargo un gran dolor. El
dolor de no encontrar significado a la vida.
El dolor de saber que somos
mucho más que eso y que nos negamos a reconocerlo. Por eso cada vez los
jóvenes están más “enganchados” al tabaco y a los “porros”. El dolor
requiere anestesia.
La sexualidad es un regalo de Dios. No es sólo para reproducirse, como la religión, desde la culpabilidad del pecado, nos quiso hacer creer, y tampoco es para “pasar el rato”, como el que se toma una caña, se hecha unas risas con los amigos y pasa una noche divertida.
La sexualidad es un regalo de Dios. No es sólo para reproducirse, como la religión, desde la culpabilidad del pecado, nos quiso hacer creer, y tampoco es para “pasar el rato”, como el que se toma una caña, se hecha unas risas con los amigos y pasa una noche divertida.
La sexualidad es la energía divina de unión entre lo
femenino y lo masculino, es la dicha del Universo llevada al plano
material, a la Tierra.
Decía Jesucristo, en el Evangelio de los Esenios:
“al Cielo no se puede llegar sino es a través de la Tierra”, y “al
final del tiempo, la Tierra será como el Cielo”.
Es curioso que, sin
embargo, no hablase una palabra sobre sexualidad o sobre las relaciones
hombre-mujer.
La sexualidad es un “imán”. Es una jugada maestra del Universo. Encarnamos en cuerpos aparentemente separados, en egos separados, en esa notoria dualidad hombre-mujer; pero sin embargo hay una poderosa fuerza que nos lleva una y otra vez a tratar de unirnos.
¿Qué sentido tiene?. Alguien se cree
que la naturaleza tendría algún problema en crear directamente seres
andróginos.
¿Para qué todo este juego?.
Los videntes tántricos de la antigüedad lo tuvieron muy claro: venimos aquí para realizar a Dios (para hacer realidad a Dios), para traer a Dios a la materia, para unir el Cielo y la Tierra, para reproducir la danza universal de Shiva y Shakti, masculino y femenino, aquí en la Tierra, para “unir en la Tierra lo que ya está unido en el Cielo”.
Más allá de la promiscuidad, es la magia de la sexualidad, el sexo como algo sagrado, lo que nos lleva a dar el verdadero valor a nuestras relaciones, más allá de la forma normal en que las practicamos, donde, desde una visión profana, cualquier encuentro sexual entre un hombre y una mujer, no pasa de buscar una experiencia de placer y gratificación.
Cuando un hombre y
una mujer se unen sexualmente (algo que también podríamos generalizar a
las relaciones homosexuales…) se produce algo que va mucho más allá que
esa simple “experiencia de placer” a la que estamos acostumbrados.
Esa
experiencia de placer, no es sino el sabor, el aroma, de algo que se
produce a nivel espiritual, y por supuesto a nivel energético.
Cuando
una pareja se une en el acto sexual, todas sus células vibran, afectando
a su cuerpo energético en su totalidad.
El Universo entero se une.
Cuando una pareja llega a ese estado de éxtasis que se produce cuando la
energía se eleva al corazón y te haces uno con el otro ser que tienes
delante, todo el Universo recoge ese éxtasis.
Lo femenino y lo
masculino, yin, yang, se han unido, se han fusionado aquí en la Tierra y
todo el Universo lo celebra.
La sexualidad te lleva a ese trance
místico que algunos santos han experimentado. No es distinto de lo que
describía Santa Teresa de Jesús, ni San Juan de la Cruz, por poner
ejemplos cristianos occidentales.
Ellos cuando hablaban de sus
experiencias de fusión con Dios, estaban hablando de experiencias
realmente tántricas.
No es de extrañar que tuviesen problemas con el
estamento eclesiástico de la época…
Cada orgasmo extático que una mujer tiene, y que sólo una mujer puede tener, es un canto a la Diosa encarnada, un canto a Shakti, a la Tierra, a la manifestación femenina del Espíritu, Dios-Padre-Madre.
Cada orgasmo extático que una mujer tiene, y que sólo una mujer puede tener, es un canto a la Diosa encarnada, un canto a Shakti, a la Tierra, a la manifestación femenina del Espíritu, Dios-Padre-Madre.
Y en cada orgasmo extático de
la diosa en el que el hombre está “presente”, desde el corazón, dejando a
un lado su mente, su compulsividad de descarga y sus infantiles
deseos, es una encarnación del poder masculino del Espíritu en la
Tierra.
Shiva ha vuelto a venerar a Shakti.
Dios reconoce y se rinde
homenaje a sí mismo, reproduciendo la danza cósmica de la creación, de
Shiva y Shakti, de Dios-Padre-Madre, Cielo-Tierra.
Ahí se unen los
opuestos y se cierra el círculo de la creación. Lo que es en el Cielo,
se ha manifestado en la Tierra, en la materia.
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